4 actitudes clave que determinan el fin de una relación de pareja
¿Puedes ser culpable de un sabotaje emocional? ¿Te sientes el culpable del fin de una relación?
En un interesante estudio, varias parejas casadas aceptaron colocarse bajo el microscopio del psicólogo estadounidense John Gottman. Desde que Gottman, autor de The Relationship Cure (no existe todavía versión en castellano, aunque si están publicados otros de sus títulos en español) estableciera lo que él llama ‘el laboratorio del amor’, más de 100 parejas y matrimonios han pasado por el mismo, hablando de sus conflictos ocasionales pero también de los crónicos y recurrentes –la distribución de las tareas en el hogar, la toma de decisiones relativas a los niños, relaciones con parientes, peleas y enfrentamiento a causa del tabaco o el alcohol, etc.
El primer descubrimiento del Dr. Gottman fue que no existen parejas felices –de hecho, opina que no existen las relaciones emocionales duraderas o permanentes en el tiempo- SIN que exista entre ellas un conflicto permanente. Al contrario: aquellas parejas sin conflictos crónicos ni causas de pelea recurrentes deberían más bien precuparse ya que la ausencia de conflictos es muestra de una distancia emocional tan grande que a la larga torpedea el desarrollo de una auténtica relación.
El segundo –y sorprendente- resultado del estudio es que al Dr. Gottman le bastan solamente ¡5 min! de análisis de una discusión entre dos partes de una pareja para poder predecir, con un 90% de probabilidades de acierto, quién de los dos y a pocos años vista querrá permanecer casado y quién pedirá el divorcio. Su método funciona incluso cuando se trata de una discusión entre una pareja en plena luna de miel.
Nada te afecta más emocional y físicamente que el sentimiento de rechazo emocional por parte de aquellos a quienes te sientes más unido – tu pareja, tus hijos o tus parientes más cercanos. Para el Dr. Gottman, una palabra fuerte, un mero gesto de rechazo, difícilmente perceptible por los demás pero evidente entre una pareja, es suficiente para aumentar el ritmo cardíaco de la persona a quién va dirigida. Si se ha dado en la diana y le sigue a continuación una expresión de desdén, por mínima que sea, las pulsaciones de la víctima pueden llegar a superar la cota de las 110.
Acelerada de esta forma la parte emocional de nuestro cerebro, lo que también se consigue es anular el funcionamiento de la parte cognoscitiva del mismo, es decir, la posibilidad de poder razonar racionalmente. En términos médicos se habla de “apagar el córtex prefrontal”. Los hombres en particular son muy sensibles a lo que el Dr. Gottman denomina “ríada de emociones”. Las emociones comienzan a inundarles y hace que terminen pensando sólamente en términos de defensa y ataque. Ya no buscan respuestas razonadas que calmen la situación. Aunque también muchas mujeres reaccionan de forma idéntica.
Lo podemos ver en la siguiente transcripción de una discusión de pareja, extraída del estudio del Dr. Gottman y que seguramente nos sonará tremendamente familiar:
Él: ¿Me has recogido el traje de la lavandería?
Ella: “Me has recogido el traje, me has recogido el traje……..”. Vete tú a por tus trajes. Que te has creído que soy ¿tu criada?”
Él: “No creo… porque si en realidad fueras mi sirvienta, al menos sabrías como mantener limpia la casa”
En este “intercambio de pareceres”, la fisiología o función emocional del cerebro se desorganiza enseguida. Los efectos de una discusión así y las pocas cosas que se han dicho son desastrosos para la relación.
El Dr. Gottman define este tipo de situación negativa como reflejo de lo que él llama “los 4 jinetes del apocalipsis” de una relación de pareja y con argumentos bastante convincentes. Son cuatro actitudes que arruinan cualquier relación en la que aparecen. Estas actitudes –mayormente expresiones orales- activan el cerebro emocional de la otra parte hasta tal punto que ésta solo podrá responder con cosas sin mucho sentido o retirase de la escena como un animal herido. Si basamos nuestra comunicación de pareja en las actitudes que a continuación se describen, es prácticamente seguro que no obtenderemos lo que deseamos de nuestra relación porque precisamente son actitudes que afectan a la parte más emocional de la mente.
Actitud 1: Crítica constante
El primer “jinete” es la crítica, entendido como criticar el carácter de la otra persona más que la queja sobre una actuación o hecho suya en concreto. Un ejemplo: “Ya llegas tarde otra vez…Tu sólo piensas en ti mismo/a”. Si fuera una queja, se diría: “Son las 9 y dijiste que estarías aquí a las 8. Ya va la segunda vez ésta semana. Me molesta tener que esperarte siempre”. Otro ejemplo de crítica:”Estoy harta de tener que recoger tu ropa. ¡Me desespera tu desorden!”. Algo parecido, pero planteado como queja: “Me fastidia que siempre dejes todo tirado en la cocina. Por las mañanas, necesito tener todo ordenado a mi alrededor para poder tomarme el café y sentirme bien. ¿Tanto te cuesta recogerlo todo antes de irte?”
El Dr. Gottman menciona una receta infalible para causar resentimiento y normalmente un virulento contrataque: responder a una queja justificada con otro tipo de crítica: simplemente pinchar a la otra parte con tu desprecio: “Y a ti, ¿qué te pasa?”
Lo que resulta sorprendente de todas estas observaciones y situaciones es lo obvias y normales que son en nuestra vida diaria. Todo sabemos exactamente cómo no nos gusta que nos traten. Pero al mismo tiempo, es difícil expresar esta idea en afirmativo, el cómo nos gustaría que nos trataran. En consecuencia, desbordamos gratitud en cuanto alguien se dirige a nosotros de una forma emocionalmente empatizante e inteligente.
A este respecto, recuerdo una lección inesperada que una vez recibí por teléfono. Llevaba esperando ya unos 20 minutos mientras que la empleada de una agencia de viajes consultaba el estado de mi reserva de un billete de avión. El vuelo era para esa misma tarde y yo me estaba comenzando a preocupar y sobre todo a impacientar. Cuando ella admitió finalmente que no podía encontrar mi reserva de vuelo, yo terminé por perder los nervios: “¿Cómo que no la encuentra? ¡No lo entiendo – no entiendo como la han podido contratar si no es capaz ni siquiera de encontrar una reserva de vuelo!” Naturalmente, al mismo tiempo que estallaba me estaba también arrepintiendo de lo que había dicho. Era perfectamente consciente que estaba abusando verbalmente de la persona que precisamente más necesitaba para solucionar mi problema pero la verdad, no sabía cómo salir de la situación. Pensé que sonaría un poco ridículo pedir inmediatamente disculpas (en realidad, siempre es momento de pedir unas disculpas cuando corresponden, pero eso es algo que no aprendí hasta ese incidente). Para mi sorpresa (y mi educación), fue ella la que me salvó: “Si me eleva la voz así, señor, no puedo concentrarme en mi tarea que es la de ayudarle”.
Tuve suerte: la agente de viajes me acababa de dar la oportunidad de poder disculparme sin perder la cara y eso es lo que hice inmediatamente. Unos segundos más tarde, ya volvíamos a hablar los dos como dos adultos racionales tratando de solucionar el problema. Y cuando le expliqué la importancia que este vuelo tenía para mí hasta se convirtió en aliada mía. Infringió una regla del sistema de reservas al darme plaza en un vuelo en el que teóricamente no podía darmela. En realidad, el psiquiatra de profesión soy yo, pero fue ella la que manejó dede el principio toda la situación, también la emocional. A la tarde me la imaginé en su camino de vuelta a casa, seguramente bastante más relajada de lo que estaba yo. Toda esta experiencia me hizo aprender la importancia que tiene una comunicación emocional no violenta. Algo que curiosamente, durante mis años de universidad, nadie había considerado importante.
Actitud 2. Menosprecio
El desprecio y/o menosprecio es la segunda catástrofe para una relación según el Dr. Gottman. Constituye el ataque más violentos y peligroso que se puede efectuar en nuestro equilibrio emocional. El menosprecio se muestra en forma de insultos, por supuesto. Desde el menosprecio más sutil (algunos dicen que engañoso o solapado) como por ejemplo “no sabes comportarte” o “no sabes estar” hasta el más convencional y violento de “tú eres idiota, gilipollas” pasando por el más sofisticado pero no menos dañino “…¡das pena!”.
La ironía sarcástica también puede hacer mucho daño. Volvemos a la conversación sobre la recogida del traje de la lavandería: “Si fueras una criada, al menos sabrías como mantener limpia la casa”.
El sarcasmo puede hacer reír en las comedias (e incluso en estos casos, depende del contexto). Pero no hace ninguna gracia en una relación de pareja real. Frecuentemente intentamos ser más listos o inteligentes que la otra parte y a costa de ella y no nos damos cuenta de que lo que en realidad estamos expresando es sarcasmo. Con el tiempo y si cree que funciona, una parte termina por recurrir al sarcasmo de forma sistemática y además, disfruta con ello.
Conozco a una importante periodista francesa de lengua muy afilada que se pasó más de 15 años acudiendo a lo que ella consideraba unas sesiones de psicolanálisis muy efectivas. Un día, bastante tiempo después de haber terminado sus sesiones con el psicólogo, estábamos hablando sobre las diferentes formas de solucionar conflictos y me dijo: “cuando yo me siento atacada, intento destruir al adversario. Y soy feliz si consigo hacerlo pedazos”. El desprecio consiste muchas veces en expresiones y gestos de la cara; un gesto de hastío por ejemplo. Cuando ese gesto -de que la otra parte está harta de nosotros- proviene de alguien con quien yo convivo o tengo que trabajar, nos duele en el alma. Y eso es lo que hace prácticamente imposible arreglar la situación que hemos creado cuando somos nosotros los que hemos manifestado ese desprecio, a veces involuntariamente. Porque la parte atacada pensará: ¿Cómo voy a razonar o hablar tranquilamente, si me acaba de señalar lo poco que valgo?
Actitudes 3: Contrataque y 4: Parapetarse detrás de un muro
Otras dos actitudes que pueden alimentar el fin de una relación son el contrataque por un lado y por otro, construirse un muro mental para parapetarnos detrás de él. Cuando somos atacados, las dos opciones posibles que nos ofrece la parte emocional de nuetro cerebro son luchar o huir (las 2 famosas alternativas clásicas descritas en 1929 por un renombrado fisiólogo norteamericano, Walter B.Cannon). Son además dos respuestas grabadas en nuestros genes tras millones de años de evolución. También aparecen en el resto de la naturaleza: son las opciones estratégicas que los insectos y reptiles por ejemplo utilizan para sobrevivir.
El problema del contrataque es que a su vez tiene solamente dos salidas. En el peor de los casos, provoca una escalada de la violencia. Herida por mi contrataque, la otra parte elevará su tono y sus respuestas. Esta reacción está graduada por influencias culturales y es más típicas en algunas partes y culturas del mundo que en otras, pero es habitual en las cocinas de todo el mundo en donde estalla una pelea de pareja. Por lo general, la escalada continuará hasta llegar a una fase en la que se llegue a la separación física permanente de ambas partes en lucha, es decir, la destrucción de la relación de pareja porque una de las dos partes simplemente abandona a la otra, por divorcio o en casos extremos pero no infrecuentes como desgraciadamente estamos viendo, con un asesinato.
En el mejor de los casos, el contrataque tiene éxito y la otra parte es derrotada por nuestra superioridad en la lucha. Nuestra victoria se obtiene con frecuencia –como hacen muchos padres con sus hijos y los hombres a veces con las mujeres- con un bofetón. Ha hablado la ley de la jungla y el reptil que tenemos dentro de nosotros ha quedado satisfecho. Pero esta clase de victoria inevitablemente deja en la parte vencida una dolorosa herida y esta herida no hace sino ampliar el foso emocional entre las dos partes de la pareja y hacer a su vez cada vez más difícil la convivencia. Un contrataque violento nunca lleva a la parte agresora a pedir perdón o a la parte agredida a perdonarla y estrecharla en sus brazos. Y cuando la relación está ya maltrecha, esto último es precisamente por lo que en el fondo estamos suspirando.
La otra opción –el erigir un muro mental detrás el cual refugiarse- es una especialidad masculina que saca de quicio a las mujeres. El parapetarse detrás de un muro del cual no se puede salir sin que las dos partes hablen tranquilamente del tema es normalmente la antesala a la fase final en el proceso de desintegración y fin de una relación tanto matrimonial o de pareja como también profesional.
Después de semanas o meses de críticas, de ataques y contrataques, una de las dos partes elegirá el camino de la huída y abandonará emocionalmente el campo de batalla. Mientras que la otra parte sigue buscando el contacto y se ofrece a hablar, la parte “huída” se enrosca, evade la mirada o se parapeta detrás de alguna actividad esperando que escampe la tormenta. La parte antagonista, exasperada por esta táctica que parece ignorarla completamente, comienza a elevar el tono y termina perdiendo los nervios.
Construirse y refugiarse detrás de un muro es el inicio de la fase de lo platos voladores en la cocina o, si la persona que se evade detrás de ese muro emocional es la mujer, una fase en la que existen muchas probabilidades de que termine siendo agredida por el hombre. La violencia física es reflejo de un intento desesperado de volver a conectar con la parte que ha abandonado la escena, de intentar que escuche y se dé cuenta a su vez de nuestro estado emocional y hacerle ver lo doloroso que es lo que estamos pasando. Obviamente, nunca tiene éxito. Victor Hugo, en su obra El Jorobado de Notre Dame refleja magistralmente este vano e inútil intento de alcanzar el amor de alguien que te ignora. Para sentirse aceptado y reconocido por Esmeralda, que persistía en ignorarle y rechazaba sus intentos de acercamiento, el jorobado Frolo terminó por torturarla y enviarla a la muerte. La claudicación y el cierre emocional a la otra parte no es la forma más efectiva de manejar y tratar de solucionarlo un conflicto de pareja. Tal como el indica el Dr. Gottman en sus estudios -y Victor Hugo describió noveladamente antes que él- el refugiarse detrás de un muro emocional y de silencio generalmente lleva a un final muy penoso y triste.
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Gracias a los estudios del Dr. Gottman se entiende ahora y en una extensión sin precedentes lo que pasa en las mentes y los corazones protagonistas de un conflicto y como muchas veces ambas partes se dirigen directamente hacia la sima y acaban por despeñarse. Se puede suponer que este análisis es extensible a todo tipo de conflictos, también aquellos que se producen fuera del mundo de la pareja.
Conflictos que terminan implicando a nuestros hijos, a nuestros parientes directos o políticos y también a nuestro jefe y nuestros colegas de trabajo cuando es un conflicto en el trabajo. Pero, ¿cuáles son los principios que guían una comunicación efectiva entre las partes para solucionar los conflictos o desenmascararlos?
Uno de los grandes maestros de la comuniciación emocional efectiva es el fisiólogo Marshal Rosenberg, autor de “Nonviolent Communication” (Comunicación no violenta: un lenguaje de la vida” en su edición en castellano). Nacido en un barrio pobre y violento de la ciudad de Detroit, era todavía muy joven cuando se interesó con pasión por las formas inteligentes de poder solucionar conflictos sin tener que recurrir a la vilolencia. Aprendió y practicó en contextos y circunstancias muy diversas y en muchas partes del mundo en la llamada gestión de conflictos.
– El primer principio que rige la comunicación no violenta consiste en reemplazar los juicios de valor, es decir, la crítica, por un relato objetivo de hechos. El decir “no estás haciendo un buen trabajo” o “este informe tuyo no es nada bueno” inmediatamente coloca a la parte destinataria a la defensiva. Es mucho mejor ser objetivo y específico: “En este informe no aparecen tres ideas relativas al mensaje que queremos comunicar”. Cuanto más específicos y objetivos seamos, mejor reaccionará la otra parte intentando interactuar a su vez con nosotros y menos lo considerará como un ataque o una crítica a su persona.
– El segundo principio consiste en evitar emitir cualquier juicio sobre la otra parte sino centrarnos enteramente en que es lo que sentimos. Este no-juicio de valor es fundamental para la comunicación emocional efectiva. Si nosotros hablamos de lo que sentimos a consecuencia de un hecho o acto de la otra parte, es difícil que se nos responda y discuta. Por ejemplo, si decimos: “Nunca piensas en mí – el típico egocentrismo tuyo de siempre” lo que en realidad estamos haciendo es desafiar a la otra parte y no le quedará otra posibilidad que atacar ese juicio de valor mío. Si, por el contrario decimos: “Hoy me sentido muy sola/o – era mi cumpleraños y no te has acordado” desarmamos a la otra parte porque un sentimiento emocioal es difícilmente rebatible. La otra parte puede creer que yo no debería sentirme así, pero en el caso de emociones somos sólo nosotros los que decidimos lo que sentimos o no.
Excepcionalmente y para lograr una comunicación efectiva es fundamental hablar en primera persona –centrarnos en“yo” y lo que sentimos en vez de centrarnos en el “tú”. En estos casos, si hablo de mí y solo de mí, no estoy criticando a la otra parte ni la estoy atacando. Estamos expresando nuestros sentimientos y por lo tanto, estoy siendo abierto y sincero. Si ademas tenemos un poco de mano para estas situaciones y somos honestos con nosotros mismos podemos incluso llegar al punto de mostrar nuestra propia vulnerabilidad indicando a la otra persona cuanto daño nos ha hecho. Puede ser que así expongamos uno de nuestros puntos débiles, pero en la mayoría de los casos es precisamente esta sinceridad la que desarma a la otra parta. Mi honestidad inducirá a la otra pareja a cooperar y a ayudarme – siempre que esté realmente interesada en que no se produzca el fin de la relación, claro.
Ésta es precisamente la técnica que usó la persona de la agencia de viajes en el asunto de mi billete de avión (“Cuando eleva así la voz, señor, no puedo concentrarme en mi tarea, que es la de ayudarle”). Esta persona sólo habló de dos cosas: lo que acababa de ocurrir – de una forma objetiva y sin emitir ningún juicio de valor sobre ello- y cómo respuesta, los sentimientos que ello le provocaba.
Según el Dr. Rosenberg, incluso es aún más efectivo no sólo centrarnos en lo que sentimos, sino añadir tiembién alguna expectativa o deseo que teníamos y que no se ha llevado a cabo: “Me frustra que llegues siempre tarde al cine, porque lo que realmente me gusta es el principio de las películas. Para mí es esencial ver la película entera para poder entenderla y disfrutarla”. El Dr. Rosenberg narra el caso de unos de sus pacientes. Había comenzado a anotar en unos tarjetones lo que estaba aprendiendo al interactuar con sus hijos. Al principio, era un poco embarazoso para todos, en ocasiones incluso cómico. Sus hijos no tardaron en comentarle que en realidad lo consideraban un ridículo mal paso de su parte. Como buen principiante en estos procedimientos de solución de conflictos, miró largamente el tarjetón y respondió a esta muestra de desprecio con lo que había aprendido del Dr. Rosenberg, diciéndoles: “Si me consideráis ridículo por intentar mejorar nuestra relación y ser un mejor padre para vosotros, me entristecéis. Necesito sentir que esto es también algo importante para vosotros, para que podamos así cambiar las formas de hablarnos y de convivir».
La táctica funcionó. Sus hijos comenzaron a escucharle y la relación entre ellos comenzó a mejorar. Continuó anotando experiencias y lecciones en sus tarjetas a lo largo de algunas semanas hasta poder ya prescindir de ellas. Un día, mientras discutía con sus hijos sobre el uso de la televisión, perdió los nervios y olvidó todo lo que había aprendido sobre resolución no violenta de conflictos. Su hijo de cuatro años le soltó sin más: “¡¡¡Papá, vete YA a a por tu tarjeta!!!”
Buen articulo, muy completo
Felicitaciones,excelente artìculo
Todo es bueno